domingo, 3 de abril de 2011

Sin preguntas, por favor.

Cuando Casualidad volvió a donde yo me encontraba, traía una mirada ausente.
-¿Ocurre algo?, ¿no van a enviar a alguien para que nos arreglen la persiana?.
-Por supuesto que sí, como me lo iban a negar a mí, JÁ, ¿con quién te crees que hablas?, mañana viene un mozo.
-¿Y cuando te ha dado la agencia el número de los dueños?, ¿Por qué no me lo das a mi también?.
-Ayer mismo me lo facilitaron, y no te lo doy, porque a saber con la de tonterías que los molestarías, seguro que nos terminarían echando a patadas, te conoceré yo bien...
-Que poca confianza, pues que sepas que no es nada justo, pero bueno, dime, ¿qué te han parecido?,¿han sido amables?, ¿Qu....
-Oye mira, eres una pesada y una cotilla, no me lo esperaba de ti, pero ya que hemos sacado el tema cuéntame, ¿de dónde sacas eso de ser una maruja?, ¿te viene de nacimiento o has estado ensayando?.
-Lo tuyo sí que es de nacimiento....
-Tampoco soy tan guapa, bueno, en realidad mi madre me decía siempre que, nada más nacer mi pelo ya era más rubio que el oro, pero....
-Casualidad, dime una cosa y ahora enserio, ¿por qué hemos venido aquí con tanto empeño por tu parte?. No sé si alegrarme o preocuparme por ello, pero fuiste tú la que encontró este lugar, la que lo organizó todo para nuestra rápida mudanza, y la única que sabe, entre otras cosas, la tontería de ¡el precio del alquiler¡. ¿Hay algo que no me has contado de esto?, ¿qué pasa, todo el ático está igual que la persiana?, ¿hecho polvo?.
Casualidad puso cara seria, siendo sincera, muy poco común en ella, lo que hizo que me pusiera blanca como la pared.
-Ven Ápice, vamos a hablar a la cocina.
Cuando llegamos, deslizó una de las sillas azules de madera antigua por el suelo y me ofreció que me sentara.
-Siéntate por favor, voy a preparar un poco de café para que hablemos.
-Lo de sentarme ¿es para que no me de un soponcio?.
Casualidad permanecía de espaldas hacia mi en silencio, durante, para mi gusto, demasiado tiempo, teniendo en cuenta mi recién adquirida taquicardia. Por más que le hacía preguntas, hasta que la espuma de su capuchino no tuvo la adecuada consistencia y mi café no hubo estado en su correspondiente taza, no volvió a pronunciar palabra.
-Bien, Ápice, tenemos que hablar.
Apoyó las dos manos en la encimera, se sostuvo en ella y respiró fuerte. Yo seguía detrás suya, esperando a que me dijera algo, cualquier cosa, pero ¡qué la dijera ya!, porque si esperaba hasta mi funeral, a lo mejor tenía invitados que atender.
Se sentó en la silla que quedaba justamente en frente mía, y tras haber posado cuidadosamente su capuchino y mi café en la mesa, habló (¡por fin!).
-Ápice, no quiero que hagas preguntas, solo que escuches.
-¿Por qué me has hecho un café?, sabes que lo odio....
-Ya has formulado una, mal empezamos....

                                     Ápice.

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Pásalo por la ranura de su puerta, enseguida se darán cuenta y habrá una nueva pelea por ver quién llega antes ¡Vaya dos!.